viernes, 11 de diciembre de 2015

ENTREVISTA A ALEJANDRO CASTROGUER

La nieve cae a mí alrededor sin piedad, obligándome a avanzar con la cabeza gacha para evitar que mis ojos se llenen de copos y entorpezcan mi visión. Con el gorro calado hasta las orejas y la bufanda enrollada en mi cuello cual serpiente pitón, ando torpemente sobre la extensa capa de nieve que recubre todo el paisaje. Noto cómo mis pies se hunden a cada paso que doy, sintiendo los calcetines mojados. El castañeteo de mis dientes parece una tonalidad musical.
            —No había otro sitio para hacerla, joder —murmuro para mí, encarando una pendiente donde, supuestamente, encontraré mí destino.
            Recuerdo las risas del dependiente de aquella tienda cuando le pregunté acerca de la cabaña donde estaba citado. Primero me miró con cara de burla, escrutándome detenidamente por si le estaba gastando una broma. Cuando se dio cuenta de que iba en serio, su rostro mutó en un gesto de condescendencia.
            —Es una locura ir allí con este tiempo. Está en el culo del mundo —el dependiente se hurgó con el dedo entre los dientes.
             —Voy en busca de Alejandro Castroguer, escritor que acaba hace unos días de recibir un premio de literatura. El premio Jaén 2015 por su última novela Glenn. ¿Le suena?
            — ¡Y a quién no! Me tuvo enganchado durante semanas a dos de sus novelas La Guerra de la doble muerte y El último refugio GDMII  Me dejó el cuerpo temblando. ¿Va a estar con él?

            —Sí, trabajo en una revista y tengo la fortuna de entrevistarlo. Yo me leí El Manantial. Si no lo has leído no lo dudes. Es una novela brillante con mucha fuerza y narrada tan visceralmente que no te dejará indiferente.
            —Lo tengo en mente desde hace tiempo, pero aquí no sobra el tiempo libre solo tienes que ver como tengo la tienda. Pero sin duda tengo que buscar un ratito, creo que es uno de los escritores españoles más cultivados de hoy en día. Me flipa su prosa, tan elegante y tan diferente. Esa forma que tiene de mezclar recursos literarios y de entrelazar la cultura del cine, de la música o de la literatura en sus obras es fantástica.
            Si por ambos fuera, nos hubiéramos quedado hablando sin parar sobre aquel prolífico autor, pero me recordé que mi destino era, precisamente, encontrarme con él. De modo educado, me despedí de aquel tipo y continué mi marcha por el inhóspito paisaje.
            Trepando los últimos metros, jadeando, compruebo con alegría la cabaña de madera a lo lejos, rodeada de enormes árboles de copas níveas, de las que se desprenden montoncitos de nieve con cada ráfaga de viento.
            Me acerco con prisas, deseando ser acogido por el calor de la chimenea, sorbiendo una humeante taza de café junto a él, mientras responde a las preguntas que con tanto esmero han sido elaboradas.
            Llamo a la puerta e, instantes después, Alejandro está al otro lado del umbral con una cálida sonrisa ofreciéndome una taza de café. Todo el frío se disipa al instante, y no solo por el calor del interior, sino por estar junto a este gran escritor cuyo talento solo puede igualarse a lo gran persona que es.
Desde hoy seré Castrogueriano.

– Dices que en el transcurso de tu carrera literaria te deshiciste de varios manuscritos por auto exigencia. ¿Cómo es eso? ¿Por qué no modificar dichas obras y darles una oportunidad?

Prefiero construir antes que restaurar, máxime cuando se trataba de edificios ruinosos, aquejados de la aluminosis de la inexperiencia. Aquellos esfuerzos literarios me sirvieron para crecer en silencio, casi en la clandestinidad, como arquitecto de novelas, y no tienen más valor que ése, lo que no es poco, por otra parte.


– Ciencia ficción, terror. Esos son los dos géneros por los que te has movido. ¿Qué te hace ahora cambiar completamente de registro? ¿Nuevos retos o alejarte de una temática que ya no te divierte?

Durante años escribí novelas realistas, una histórica y hasta alguna novela negra. Así que publicar “Glenn” es, de alguna manera, volver a mis orígenes después de apostar por el díptico de la Doble Muerte y El Manantial. No hay más terror que el que se puede conocer en esta maldita realidad que nos asfixia, ni futuro más próximo que el de mañana por la mañana, alentador para quienes tienen trabajo, deprimente para quienes carecen de futuro. Así pues, “Glenn” es la reafirmación del escritor que fui, soy y seré, ya sea transitando novelas de género o novelas de autor.


– Hoy en día, la mayoría de personas acaban decepcionadas con las adaptaciones de libros al mundo cinematográfico. Con esa premisa, ¿hasta qué punto te gustaría ver una creación tuya llevada a la gran pantalla?

No es algo con lo que sueñe. Me importa más crecer como escritor y alcanzar las metas que me impongo, que la carambola de ver “Glenn” en la gran pantalla. Lo del cine es como la lotería: si te toca, cojonudo, pero no has de pensar en ello. Además, quién sabe, un éxito de tal calibre te puede llegar a convertir en un estúpido millonario cegado por las marcas de sus chaquetas y la de sus coches. Y ése no soy yo. 


– En el libro “El manantial”, dejas un final abierto para que cada uno interprete a qué hace alusión el título. ¿Por qué ese mensaje subliminal para jugar con las mentes de los lectores? Y, ya que estamos, ¿qué es el manantial?

Como escritor soy de los que ordenan todo el puzle de una novela antes de escribir una sola línea. Todo tiene que estar en su sitio y, perfectamente, medido. Nada ha de desentonar. Otra cosa es que luego, a la hora de escribir, hurte un par de piezas a ese puzle para que las complete, a su antojo, el lector. Soy de los que sostienen que el lector es tan inteligente como el novelista, y a ese tipo de lector es para el que escribo.


– Blogs, Facebook, Twitter... Vivimos en una época en que las redes sociales están en su máximo apogeo, propiciando con ello una mejor propaganda de todo. Eso es beneficioso por una parte pero, ¿no tiene un lado negativo ante posibles spoilers u opiniones dañinas? ¿Hasta qué punto debemos dejar o querer que la información fluya sin control?

Claro que se cometen muchos atropellos en internet, y que hay mucha información que se maneja de forma torticera y convenida. Pero son los tiempos que nos toca vivir. En la parte positiva tenemos el milagro de poder hablar con un lector en la otra esquina del planeta en tiempo real y saber de sus dudas u opiniones respecto de tu obra.


– ¿A qué tiene miedo Alejandro Castroguer?

A la pérdida de los seres queridos. Y también a la sacrosanta inutilidad de la agonía, para lo cual es primordial que se legalice, de una puñetera vez, la eutanasia.


– ¿Cuál es fu fantasía oscura?

¿Valdría cenar con Jean Seberg? No sé si es muy oscura o inconfesable, pero es la que me ha venido a la cabeza en este instante. Seguro que luego se me ocurre alguna más viscosa y salvaje.


– En tu obra nos introduces en el mundo de la música de una forma u otra. ¿Qué banda sonora tendría tus obras?

Evanescence, Metallica, Sangre Azul, Cyndi Lauper y otros muchos grupos, amén de algunas músicas clásicas, para el díptico de “La Guerra de la Doble Muerte” y “El último refugio”.

En “El Manantial” la banda sonora viene dada por el propio decurso de la novela: qué mejor canción para hablar de Abel y Verona que ese “The End” de The Doors, que ellos mismos cantan. Escribí buena parte dicha obra oyéndola, pues le va como anillo al dedo a algunas de las escenas.

Y en “Glenn”, obviamente, la música se ajusta al propio repertorio del pianista canadiense. Hay algo de Bach, de Brahms, de Wagner… E lector más curioso e inquieto podrá encontrar una selección de las piezas que aparecen en mi última novela en este enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=Xmd_b4KNlpU


–¿Cómo plantea una novela antes de introducirse en el mundo mágico de crear?

Como dije con anterioridad, ordeno el puzle, al completo. Capítulo a capítulo, personaje a personaje. Todo está medido y controlado. En mi tiránico mundo creativo, mis personajes no obran a su antojo, ni se mueven por ese azar inherente al instante en que uno escribe; mis personajes son músicos de una gran orquesta que entran y salen obedeciendo la batuta del director.


– ¿De quién ha bebido y de quién bebe para escribir con este lenguaje tan elegante y poético?

Soy de los que leen poesía antes de escribir, por prescripción médica de uno de mis doctores literarios, Ray Bradbury. Pero también frecuento a otros grandes sanadores de la literatura, Julio Cortázar, Italo Calvino, Ángel González, Henry Miller, Antonio Muñoz Molina, Virginia Woolf, Alessandro Baricco, , Mario Benedetti, John Steinbeck, John Cheever, y un largo etcétera. Autores que cuidan el lenguaje con mimo de orfebres o joyeros.


 – Ha dibujado en la novela ganadora un  personaje  antagónico con zonas  oscuras y espléndida ¿porqué fue elegido Glenn?  ¿Qué supone ganar  con la novela Glenn el Premio Literario Jaén 2015?

Ganar el Premio Jaén de Novela lo es todo para un autor como yo que, atentamente, ha seguido el devenir del citado premio desde que empezase a escribir allá por 1989, con más desatinos que aciertos, dicho sea de paso. Ha llovido mucho desde entonces, pero la ilusión es la misma. Un triunfo de esta magnitud significa dar un vuelco definitivo a mi carrera, la constatación de que acerté a elegir a un personaje real, Glenn Gould, como protagonista de mi nueva aventura narrativa.

Glenn fue un hombre único, intransferible y único como artista, desorientado como persona. De alguna manera, sus miedos son los míos, sus inseguridades son las mías; obviando su hipocondría y algunas de sus excentricidades, Glenn soy yo.

viernes, 4 de diciembre de 2015

DELEITANDOME

 
 
 
 
  
 
Primero me gusta pasar mi mano sobre su piel, siempre húmeda, a veces viscosa como si hubiera salivado por todo su cuerpo.
 
Mirándo su ojos ya vidriosos pero que todavía guardan el miedo al final, su último aliento, introduzco una hoja bien afilada en sus entrañas y voy marcando una línea recta hacia su garganta.
Despacio, con suavidad, siento como voy cortando la carne.
 
Es entonces cuando mi mano penetra en su interior y arranco con fuerza sus tripas, los entresijos que un día le hicieron vivir.
 
Lavo con rapidez mi cuchillo y remojo mis manos para borrar cualquier resquicio de matanza en mi.
 
Vuelvo a mi tarea, despacio, moviéndo con sumo cuidado la cuchilla para liberar la piel de su carne, por todo su cuerpo..., así, de un lado a otro rasgando su identidad.
 
Es acabando cuando lo enjuago con minuciosidad, que no vea ninguna hebra de hilo sanguinolento. Que esté tan puro que cuando mastique un trozo de su carne sienta el placer de comerme la vida.
 
Algunas veces extraigo sus ojos, mis dedos juegan en su boca mientras agarro el globo ocular y lo saco con fuerza. Luego con un machete parto su cabeza en dos.
 
Acabo mi trabajo...
 
La Señora Pepa ha tenido suerte, le he limpiado la mejor pieza del mercado.
Tendrá un buen salmón para su cena de Nochebuena.

Sidrina

 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

LA ESTANCIA DEL FONDO



La niña balanceaba los pies sentada en la silla, con cara de aburrimiento y paseando la mirada por enésima vez alrededor. Junto a ella, su madre se miraba las uñas con parsimonia, frotándose de vez en cuando alguna para eliminar imperfecciones apenas perceptibles.
            Todas las sillas de la sala estaban ocupadas por un gran número de personas que esperaban a su turno para entrar en la estancia del fondo, donde de vez en cuando una enfermera con voz de pito salía y gritaba el nombre del siguiente a quien le tocase. Diversos carteles decoraban las paredes de la sala de espera, uno de ellos destacando entre todos, ya que mostraba el motivo por el que la gente estaba allí congregada a la espera de ser atendido. Kasey miró fijamente dicho cartel, en el cual una niña rubia de sonrisa radiante mostraba su brazo derecho con la camiseta arremangada, encontrándose junto a ella un doctor de sonrisa aún más radiante si cabe con una jeringuilla en la mano, cuya aguja se encontraba introduciéndose en la piel de la niña.
            —Para, Kasey —su madre le posó una mano sobre ambas piernas, advirtiéndole con ello de que cejase con el balanceo de las mismas—. Me estás poniendo nerviosa.
            —¿Cuándo nos va a tocar? —preguntó la hija, con una mueca de fastidio en el rostro.
            —Pronto. Así que ten paciencia.
            La puerta de la estancia del fondo se abrió, saliendo una mujer que se presionaba un trozo de algodón sobre el sitio del brazo donde le habían pinchado. Todos los presentes giraron la cabeza hacia la enfermera que salió tras ella, con una hoja en la mano en la que tachó algo.
            —Michael Rider —entonó la enfermera con su voz estridente, levantando la cabeza de la hoja y mirando en derredor.
            Un hombre de traje se levantó de su silla, con la cara lívida y secándose el sudor de la frente. Con pasos lentos se dirigió a la estancia del fondo, cerrándose la puerta cuando él y la enfermera estuvieron dentro.
            —Tengo miedo, mamá —Kasey sentía por dentro ese gusanillo de nervios que tan poco le gustaba.
            Sally cruzó la mirada con una señora mayor que se encontraba sentada enfrente, quien mostraba una cara de pena por el comentario de la niña.
            —¿Miedo a las agujas, cariño? —dijo Sally, acariciando el pelo a su hija—. Será un pinchacito de nada. Ni lo vas a notar. Además, yo también voy a ponerme la inyección y no me ves nerviosa, ¿verdad?
            Kasey negó con la cabeza pero no pudo evitar seguir con ese malestar interno, y más cuando la puerta del fondo volvió a abrirse, levantándose la señora mayor de enfrente al ser llamada por su nombre.
            —¿Y es necesario hacerlo? —preguntó Kasey, esperanzada ante la posible respuesta de que no tenían que hacerlo.
            —Cariño, sabes que sí. No querrás ponerte malita, ¿verdad?
            Finalmente, Sally y Kasey se encaminaron a la estancia cuando les tocó, interponiéndose en su camino la señora mayor que les había precedido, quien se agachó y, con la punta de los dedos, pellizcó a la niña en la mejilla.
            —No tengas miedo, preciosa. No duele nada.
            Sally susurró unas palabras de agradecimiento cuando la mujer se irguió de nuevo y se puso a su altura, mirándose fugazmente a los ojos hasta que la señora abandonó la sala con prisas.
            Una vez dentro, un médico afable les recibió tras una mesa desvencijada de madera sobre la que descansaban varios viales de líquido azul.
            —Bueno, Kasey. Sé que ayudarás a tu madre para que no salga corriendo al ver la aguja —dijo el médico, mostrando unos dientes perfectos al sonreír para animar a la pequeña.
            —Tengo mucha suerte de tener a mi pequeña heroína —contestó Sally, mirando a su hija con orgullo y viendo como esta se tranquilizaba.
            La enfermera trajo un par de jeringuillas, las cuales fueron alimentadas por un vial cada una. Cuando el médico terminó de inyectar a madre e hija les indicó la siguiente estancia a la que tenían que acudir.
            —Muchas gracias por todo, doctor —Sally no pudo evitar que los ojos se le humedecieran.
            —Adiós, Kasey. Has sido muy valiente —el médico revolvió el pelo de la niña, haciendo un gesto a la enfermera para que les acompañase afuera y diese paso al siguiente.
            Sally caminaba junto a su hija agarrada de la mano, contemplando a la gente que quedaba por ser atendida. Doblaron un pasillo a la derecha y llegaron a una doble puerta marrón por la que estaba entrando la señora mayor que les precedió en la estancia del fondo.
            —Tengo un poco de sueño, mamá —Kasey murmuró las palabras, frotándose los ojos con ambos puños.
            —Yo también, mi vida —contestó Sally—. Ahí dentro podremos descansar, ¿te parece?
            Flanquearon la doble puerta y entraron en un espacio enorme lleno de camas plegables y colchonetas por todos sitios. La sala estaba abarrotada de personas que se encontraban tumbadas o sentadas con la espalda apoyada en la pared. El ruido de voces era apenas audible, un mero murmullo que se iba apagando poco a poco.
            Sally se dirigió junto a Kasey a una esquina en la que había una cama libre. Se tumbaron las dos juntas y mirándose.
            —Duerme, mi vida. No me moveré de tu lado.
            —Gracias, mamá —contestó la niña en un tono de voz bajísimo, notando cómo el sueño hacía mella en ella—. Un ratito solo.
            Sally lloró cuando su hija se durmió, notando cómo sus ojos se iban cerrando también por el cansancio. Antes de sucumbir a la inconsciencia, maldijo para dentro por haber llegado a esa situación. Maldijo a todos los países del mundo por haber iniciado ese ataque nuclear entre ellos, dejando el planeta convertido en un erial con imposibilidad de seguir viviendo en él. Maldijo la estupidez humana y la impotencia de no haber podido dar un futuro a su hija. Por otra parte, agradeció la iniciativa del Gobierno de otorgar una forma placentera de acabar con todo, en contraposición de esperar sentado a que la atmósfera irrespirable acabase con ellas.
           Finalmente, Sally se durmió con la mano apoyada en la mejilla de su hija. Se permitió una última sonrisa por saber que su hija murió sin sufrir y sin saber.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL LOBO O TIGRE DE TASMANIA







El Lobo o Tigre de Tasmania,  fue un cánido/marsupial  que vivió en Australia y en Nueva Guinea. La destrucción de su hábitat y el que fueran culpados de numerosos ataques a animales de granja,  dio lugar a una caza intensiva que acabó con la  desaparición de este animal. Por cada ejemplar pagaban 1 $ y 10 peniques por cría.
 

El último ejemplar murió en cautiverio en el zoológico de Hobart (Tasmania) en el 1936, debido a una negligencia. El animal quedó aislado en el exterior del refugio expuesto a bajas temperaturas de noche y muy altas de día.

Era de aspecto como un perro grande, con  cabeza parecida a la del zorro y cola típica de los marsupiales.  Su peso máximo era de 30 Kg y podría llegar a medir 180 cm de largo y 60 de alto. Las hembras más pequeñas que los machos, poseían un marsupio con cuatro mamas.

Con pelaje corto, suave, con tonos pardos, amarillos, grises y rayas negras en el lomo hasta la cola, entre 13 y 21,  le valieron el apodo de tigre. De temperamento nervioso evitaba el contacto con las personas.

Cazaba en grupo y se alimentaban de animales pequeños a pesar de que su mandíbula, potente y con 46 dientes,  se abría en un gran ángulo. Podía dar saltos verticales.

Después de la muerte de Benjamín, que así se llamaba el último tigre de Tasmania, y ya declarado oficialmente extinto, hay quien dice haberlo visto, por lo que todavía se siguen realizando expediciones en su búsqueda.


 
 

lunes, 23 de noviembre de 2015

"EL HOMBRE DE LA MÁSCARA DE ESPEJOS" DE VICENTE GARRIDO Y NIEVES ABARCA





Vicente Garrido y Nieves Abarca nos traen este intenso thriller que pondrá a prueba la tensión y el nivel de aguante para el horror de cada lector. Un libro cargado de intriga que juega con los terrores que la imaginación de cada uno puede crear al sumergirse en el interior de estas páginas.

         Una serie de desapariciones de chicas en diferentes sitios del mundo pone en jaque a la policía, y en especial a la inspectora Valentina Negro, quien se adentrará en una tela de araña de perversión, asesinatos y vídeos snuff que la llevará a lugares donde la oscuridad es el máximo exponente. Un lugar en el que los monstruos humanos y la crueldad sin límites se dan la mano.
 
         Con esta premisa, estos dos polifacéticos autores nos deleitan con esta gran historia que entrecruza a la perfección la vida de varios personajes, cada uno de ellos construido con una riqueza y personalidad propia.
         Una historia que engancha desde el principio, siendo imposible dejar de leerla hasta llegar a las respuestas finales que, de modo inteligente, los autores nos hacen anhelar ya en el comienzo. Una trama intrincada llena de miguitas de pan que iremos recogiendo mientras nos horrorizamos con cada página y descubrimos hasta que punto es capaz de llegar la mente humana por satisfacer sus más oscuros deseos.

         En definitiva, una obra imprescindible en la biblioteca de todo lector amante de esta clase de género. Un viaje sin retorno al reino de las tinieblas, acompañados de unos protagonistas que no nos dejarán indiferentes, ya que todos tienen algo que ocultar.


martes, 17 de noviembre de 2015

LA BIBLIOTECA




Ya no entraban rayos de sol por la ventana, la tarde iba marchándose, despacio, tranquila, como suelen hacerlo en otoño.
Despertó con el cuello lastimado, se había dormido en una mala postura en su sillón cubierto por una sábana de pequeñas flores violetas, pero no, no vaía la pena engañarse una vez mas, lo hizo para no ver cómo los estantes de libros se iban vaciando. Sus libros, nadie era capaz de entender lo que significaban para ella, días, semanas, años de lecturas donde su mente viajó, soñó y vivió aquello que nunca conocería. Lloró con ellos, pasó miedo, se horrorizó y encontró historias donde el amor era correspondido.
Pero ahora su hermosa librería se vaciaba, cada día un poco, unos libros  más, y ella que conocía de memoria cada uno de ellos, sentía su pérdida, tanto, que su corazón ya enfermo no lo soportaba. La solución era mirar hacia otro ángulo, donde todavía quedaban unos pocos.

Sí, entendía que se estaba muriendo, pidió que la sentaran todas las tardes en esa salita donde pasó tantas buenas horas de lectura, pero sus familiares, se iban llevando los libros, sobretodo esas primeras ediciones tan cotizadas que se vendían tan bien por los portales de internet. Libros firmados por autores que ella poco a poco fue coleccionando con tanta ilusión. No, para ellos, eran dinero, no mucho, pero dinero y los iban vendiendo, sin percatarse que con cada libro que se llevaban, ella moría un poco más rápido de lo que le tocaba.

Hoy los contó, apenas unas docenas quedaban de sus cientos de libros, dos baldas de madera, el resto vacíos. Miró hacia la ventana, ya oscurecía pero pronto vendrían a levantarla para llevarla a a la cama, mañana quién sabe, igual ni esos quedarían, sería duro, muy duro ver toda la biblioteca sin ninguno de ellos.

Un pequeño ruido, un tintineo, como removiendo un líquido con una cuchara, pensó en su medicina del desayuno. Abrió los ojos, estaba sentada en sus sofá de la salita. ¿Cuándo la habían levantado para ponerla alli?

—¿Un té?.- le preguntó una voz desconocida.

Estupefacta se encontró una mano que le tendía una pequeña taza de porcelana con un agradable olor a té de jazmín, pero más asombrada al ver todos los estantes repletos de sus antiguos libros.
Cogió la taza temblorosa, mientras sus ojos recorrían de nuevo aquello que poco a poco se fueron llevando.

—¿Quién eres? ¿Cómo han regresado mis libros?.

La miré con ternura, como miras a tu hijo recién nacido.

Soy quien escribe esta historia, los libros los he traído yo de vuelta.

No entiendo.

Ya lo entenderás, la historia la sigo escribiendo, todavía no llegué al final, ¿Está bueno el té?

Si, gracias.

Sigue bebiendo.- le dije, sabes, anoche soñé que había vuelto a Manderley.

Jajajaja, Rebeca de Daphene Du Maurier.

Correcto, a ver: Si hijo, el amor verdadero es lo más grande del mundo.

La Princesa Prometida.- me respondió.

Otra vez correcto, voy a hacer más té, nos queda toda una eternidad para hablar de libros, pero antes  déjame escribir unas pocas líneas.

Por supuesto, es lo que debe hacer quién escribe.

Ella se puso cómoda, acercó la mesa  antes desplazada hacia la derecha, dejándo allí su fina taza, levantó la persiana para que la luz le fuera propicia al empezar la lectura. Miró su biblioteca completa, no entendía nada, pero le daba igual.

viernes, 6 de noviembre de 2015





"LA PLAYA DE LOS AHOGADOS" DE DOMINGO VILLAR







Domingo Villar irrumpe con su segunda novela después de su triunfo "Ojos de agua". En esta, presenciamos un nuevo caso del inspector Leo Caldas, quien ya consiguió hacerse un hueco en la biblioteca de miles de personas con su primer caso.
         Esta vez, un misterioso cuerpo es escupido por las frías aguas de Vigo, maniatado y con diversos golpes en la cabeza. Todo apunta a un suicidio, pero el inspector Leo Caldas, junto a su tosco e inadaptado compañero Rafael Estévez, indagarán acerca del pasado del muerto y las circunstancias que precedieron a su muerte. A medida que van escarbando, el suicidio no parece tan claro, y más cuando los conocidos del fallecido se niegan a hablar de él.
        Todo eso en mitad de un pueblo aterrado por viejas supersticiones y donde nadie es quien dice ser.
         Una trama bien hilada que mantendrá la tensión hasta la última página, haciéndonos participes de la investigación por la fluida narración y los personajes tan bien construidos. Con este segundo libro sienta las bases de una saga que promete mucho a través de un carismático personaje, anhelando y deseando su continuación en el tiempo con numerosas partes más. Aunque, viendo la forma de escribir del autor, la duda no tiene cabida. Domingo Villar es un autor en ciernes y no tarda en demostrarlo en cuanto nos sumergimos en sus páginas.




miércoles, 4 de noviembre de 2015

¿QUÉ FUE DE JACK?




Sentado en la mesa más apartada de este tugurio de mala muerte, alzo el vaso y lleno mi garganta con un nuevo trago de esta pestilencia que aquí osan llamar cerveza. Observo por la cristalera cómo el sol de la mañana baña con sus rayos a la gente congregada en el puerto, ansiosos de zarpar o ver partir a sus seres queridos. Tanteo con mis dedos el pasaje que tan secretamente guardo en el bolsillo interior de la chaqueta, protegido de miradas ansiosas y hábiles manos en el arte de robar.
            Una algarabía de voces procedente de una mesa cercana me hace ponerme en alerta. Me relajo cuando veo que se trata de una partida de poker protagonizada por cuatro hombres con aspecto de rateros. En el centro de la mesa, dos pasajes se unen al montón de dinero como premio al ganador de la partida.
            Me recuesto contra la silla sin apartar la vista de todos sitios, mientras castigo a mi cuerpo con un nuevo trago de esta aberrante cerveza. Han pasado ya veinticuatro años desde que conseguí escapar de las putrefactas calles de Londres, esquivando a una fuerza policial que, poco a poco, tensaba el lazo en torno  a mi cuello. No debí cebarme tanto con esa última puta. La gente no es capaz de entender que lo que hice fue un favor a la ciudad, una limpieza de aquello sucio e impuro. Sin embargo, lo único que conseguí fue crear una atmósfera de temor entre las estrechas mentes del populacho. Acuñé el sobrenombre de "Jack El destripador", un mote que no me desagradó y con el que intenté estar a la altura con cada ramera que caía bajo la afilada hoja de mi cuchillo.
            Miro el fondo de mi vaso y no puedo evitar asemejarlo a mi vida en estos últimos años. Años de deambular y vivir entre las sombras en una Inglaterra que se hacía desconocida a mis ojos. La prostitución, el alcohol y el desenfreno eran los dueños de la calle. Un impulso interior me obligaba a actuar, purificando todo ese pecado únicamente con mi voluntad y un buen cuchillo, pero no podía arriesgarme a quedar expuesto y ser juzgado por seres inferiores que no entendían la grandeza de mi obra.
            Tras un tiempo perdido en mi razón de ser, a punto de rozar la locura y el suicidio, una conversación tuvo lugar cerca del callejón donde, hecho una mera sombra de lo que fui, me encontraba agazapado y aterido de frío. Unas palabras acerca de un Nuevo Mundo llamado América, una tierra de oportunidades donde todo era posible. Ese día conseguí trepar por el fango de mi desesperanza y proponerme una nueva meta.
            El potente sonido de la bocina del barco me hace salir de mi ensimismamiento, comprobando que se me ha hecho tarde y que debo darme prisa si quiero subir a bordo. Salgo a la calle y puedo observar a un montón de gente congregada en las cubiertas superiores del barco, alzando las manos y hablando a gritos con los que desde el puerto observan con envidia la marcha de conocidos a una nueva tierra.
            Sonrio de felicidad mientras me encamino a la pasarela, pensando en que en aquella ciudad mágica a la que me dirijo podré empezar mi obra de nuevo ante gente que no mire con desprecio el resultado, sino que lo alabe y entienda. Sí, Nueva York será donde renazca. Y este precioso y enorme barco me llevará allí.
           Con un último paso me introduzco en el barco y me dirijo a mi camarote a descansar un poco, ansioso de que el "Titanic" ponga rumbo a mi nueva vida.

jueves, 29 de octubre de 2015

HASTA QUE LAS ESTRELLAS SE CONGELEN


Su padre cerró el libro y se quedó oliendo las tapas como siempre hacía cuando acababa de leerle un cuento. Le gustaba verle en esa posición: concentrado y con los ojos cerrados, sabiendo que cada historia que le relataba cobraba forma en la habitación al leerla de forma tan apasionada.
            —¿Te ha gustado, bichito? —le preguntó, recostándose contra la silla en la que estaba sentado y observando a su hija con detenimiento.
            Es lo que más le gustaba a ella, el momento de después en el que su padre se interesaba por su opinión. Hacía que el cuento no se quedase en una simple narración, sino en una historia que analizar y que perduraría entre ellos dos para siempre.
            —No me gusta el final —respondió Carla con una mueca de fastidio en el rostro—. ¿Por qué se queda con el campesino? Hubiera vivido en una casa más grande y tenido más juguetes si hubiese elegido al príncipe.
            Vio a su padre reír mientras dejaba el libro en el estante, para después acariciarla el pelo como a ella le gustaba.
            —Porque quería al campesino y se dio cuenta de que era feliz con él —Carla fue a replicar pero su padre continúo hablando—. Algún día descubrirás que eso es lo más importante. Encontrarte con alguien que te haga olvidar todo lo demás.
            —¡Como tú y mamá! —exclamó la niña, feliz de haber entendido la moraleja y proporcionar un buen ejemplo.
            —Exacto, bichito. Por cierto —su papá le miró a los ojos, viendo cómo la sonrisa se tornaba en un gesto serio que le anunciaba que iba a hablarle sobre algo que había hecho mal—. Hoy has discutido con mamá, ¿no?
            —Sí —contestó la niña mirándose las manos con cara de avergonzada—. Ha sido una tontería, papá.
            —Lo sé, cariño.  Pero quiero que me prometas que te llevarás bien con tu madre —el hombre deslizó con ternura un par de dedos por la mejilla de su hija—. Ella te quiere mucho y tú a ella. Debéis permanecer juntas en todos los momentos.
            Carla asintió mientras un sentimiento de tristeza le recorrió el cuerpo al ver cómo su padre le arropaba, sabiendo que era el momento en que se iría.
            —¿Ya me dejas?
            —¿Dejarte? —contestó él, deteniéndose con las manos en la manta y clavando sus ojos en ella—. Me voy pero solo por un rato. Siempre estaré contigo, bichito.
            El ruido del teléfono sonando rompió ese momento entre ellos dos. Carla escuchó a su madre salir de la habitación para ir a cogerlo.
            —¿Me quieres, papá? —preguntó Carla, con los ojos húmedos.
            —Siempre, cariño —contestó su padre, mientras dos lágrimas se deslizaban por su cara—. Hasta que las estrellas se congelen y caigan del cielo.
            Un llanto desgarrador proveniente de la madre de Carla hizo a la niña encogerse y llorar con una tristeza interior que le desgarraba el alma.
            —Te quiero, papá.
            —Y yo a ti —dijo su padre sonriendo, mientras desaparecía de la silla donde estaba sentado—. Cuida de mamá.
            Instantes después, su madre entró en la habitación y se acercó a ella temblando. Cuando vio a su hija llorando se abalanzó sobre ella y se fundieron juntas en un abrazo.

miércoles, 28 de octubre de 2015

MI COBIJO

(Dedicado a Rebeca y a Morlun)



Me gustaba observarla de lejos, con detenimiento, para no perder ningún detalle de sus gestos.

Salía al atardecer y después de acomodar, como todos los días, la torre de libros que apilaba al borde de la charca formando con ellos una muralla, se arrodillaba frente al agua que rozaba con sus yemas acariciando la superficie como si quisiera limpiar un cristal que le permitiera ver el fondo. Despacio y con sumo cuidado esparcía en el estanque migas de pan que eran engullidas con rapidez por las carpas doradas que allí habitaban.

Una tarde de otoño, igual que la tarde anterior, y la tarde de todos los días, volvió a dispensar las migas, pero esta vez iba acompañada de un muchacho que tímidamente la ayudaba en la tarea.
Vestía traje de cowboy como salido de una fiesta de disfraces, camisa de cuadros, pantalón vaquero y un fajín a la cintura del que colgaba una pistola de madera.

Me sobresaltó la escena por lo poco cotidiana, y como si hubiera estado conteniendo la respiración durante horas, suspiré para recuperar la compostura. Me habían borrado mi rutina, mi costumbre…, me habían robado mi soledad de espectador. Y me miraron.
Sin mediar palabra el chico me sonrió y pude notar un calor afable, lleno de cortesía. Una mueca que irradiaba tranquilidad.

Se levantó y en lo que dura un parpadeo había trepado el muro de libros que atrincheraban el estanque y se dirigía a mi escondite con paso decidido, mientras la mujer sabia desde el interior de la muralla sonreía.

El chico extendió su mano hacía mí y dijo:
_ #CAMINACONMIGO

Noté su abrazo cálido y me convenció el sonido de su voz, así que los dos juntos trepamos de nuevo la pared de letras y pude por fin mirar a los ojos a la mujer.
No sentí nada más que paz, una calma que hacía tiempo no encontraba salvo cuando la observaba al otro lado del muro.
Sin reservas  me precipité al estanque nadando en sus aguas, y como las carpas del estanque, cada atardecer de cada día, aparezco para comer de su mano mientras el chico vestido de cowboy  sonríe a su lado.


Sidrina