Su padre cerró el libro y se
quedó oliendo las tapas como siempre hacía cuando acababa de leerle un cuento.
Le gustaba verle en esa posición: concentrado y con los ojos cerrados, sabiendo
que cada historia que le relataba cobraba forma en la habitación al leerla de
forma tan apasionada.
—¿Te ha gustado, bichito? —le preguntó, recostándose
contra la silla en la que estaba sentado y observando a su hija con
detenimiento.
Es lo que más le gustaba a ella, el momento de después en
el que su padre se interesaba por su opinión. Hacía que el cuento no se quedase
en una simple narración, sino en una historia que analizar y que perduraría
entre ellos dos para siempre.
—No me gusta el final —respondió Carla con una mueca de
fastidio en el rostro—. ¿Por qué se queda con el campesino? Hubiera vivido en
una casa más grande y tenido más juguetes si hubiese elegido al príncipe.
Vio a su padre reír mientras dejaba el libro en el
estante, para después acariciarla el pelo como a ella le gustaba.
—Porque quería al campesino y se dio cuenta de que era
feliz con él —Carla fue a replicar pero su padre continúo hablando—. Algún día
descubrirás que eso es lo más importante. Encontrarte con alguien que te haga
olvidar todo lo demás.
—¡Como tú y mamá! —exclamó la niña, feliz de haber
entendido la moraleja y proporcionar un buen ejemplo.
—Exacto, bichito. Por cierto —su papá le miró a los ojos,
viendo cómo la sonrisa se tornaba en un gesto serio que le anunciaba que iba a
hablarle sobre algo que había hecho mal—. Hoy has discutido con mamá, ¿no?
—Sí —contestó la niña mirándose las manos con cara de
avergonzada—. Ha sido una tontería, papá.
—Lo sé, cariño.
Pero quiero que me prometas que te llevarás bien con tu madre —el hombre
deslizó con ternura un par de dedos por la mejilla de su hija—. Ella te quiere
mucho y tú a ella. Debéis permanecer juntas en todos los momentos.
Carla asintió mientras un sentimiento de tristeza le
recorrió el cuerpo al ver cómo su padre le arropaba, sabiendo que era el momento
en que se iría.
—¿Ya me dejas?
—¿Dejarte? —contestó él, deteniéndose con las manos en la
manta y clavando sus ojos en ella—. Me voy pero solo por un rato. Siempre
estaré contigo, bichito.
El ruido del teléfono sonando rompió ese momento entre
ellos dos. Carla escuchó a su madre salir de la habitación para ir a cogerlo.
—¿Me quieres, papá? —preguntó Carla, con los ojos
húmedos.
—Siempre, cariño —contestó su padre, mientras dos
lágrimas se deslizaban por su cara—. Hasta que las estrellas se congelen y
caigan del cielo.
Un llanto desgarrador proveniente de la madre de Carla
hizo a la niña encogerse y llorar con una tristeza interior que le desgarraba
el alma.
—Te quiero, papá.
—Y yo a ti —dijo su padre sonriendo, mientras desaparecía
de la silla donde estaba sentado—. Cuida de mamá.
Instantes después, su madre entró en la habitación y se
acercó a ella temblando. Cuando vio a su hija llorando se abalanzó sobre ella y
se fundieron juntas en un abrazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario