(Dedicado a Rebeca y a Morlun)
Me gustaba observarla de lejos, con detenimiento, para no perder ningún detalle de sus gestos.
Salía al atardecer y después de acomodar, como todos los
días, la torre de libros que apilaba al borde de la charca formando con ellos
una muralla, se arrodillaba frente al agua que rozaba con sus yemas acariciando
la superficie como si quisiera limpiar un cristal que le permitiera ver el
fondo. Despacio y con sumo cuidado esparcía en el estanque migas de
pan que eran engullidas con rapidez por las carpas doradas que allí habitaban.
Una tarde de otoño, igual que la tarde anterior, y la tarde
de todos los días, volvió a dispensar las migas, pero esta vez iba acompañada
de un muchacho que tímidamente la ayudaba en la tarea.
Vestía traje de cowboy como salido de una fiesta de disfraces, camisa de cuadros, pantalón vaquero y un fajín a la cintura del que colgaba una pistola de madera.
Vestía traje de cowboy como salido de una fiesta de disfraces, camisa de cuadros, pantalón vaquero y un fajín a la cintura del que colgaba una pistola de madera.
Me sobresaltó la escena por lo poco cotidiana, y como si
hubiera estado conteniendo la respiración durante horas, suspiré para recuperar
la compostura. Me habían borrado mi rutina, mi costumbre…, me habían robado mi
soledad de espectador. Y me miraron.
Sin mediar palabra el chico me sonrió y pude notar un calor
afable, lleno de cortesía. Una mueca que irradiaba tranquilidad.Se levantó y en lo que dura un parpadeo había trepado el muro de libros que atrincheraban el estanque y se dirigía a mi escondite con paso decidido, mientras la mujer sabia desde el interior de la muralla sonreía.
El chico extendió su mano hacía mí y dijo:
_ #CAMINACONMIGO
Noté su abrazo cálido y me convenció el sonido de su voz,
así que los dos juntos trepamos de nuevo la pared de letras y pude por fin
mirar a los ojos a la mujer.
No sentí nada más que paz, una calma que hacía tiempo no encontraba salvo cuando la observaba al otro lado del muro.
No sentí nada más que paz, una calma que hacía tiempo no encontraba salvo cuando la observaba al otro lado del muro.
Sin reservas me
precipité al estanque nadando en sus aguas, y como las carpas del estanque,
cada atardecer de cada día, aparezco para comer de su mano mientras el chico
vestido de cowboy sonríe a su lado.
Sidrina
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