martes, 17 de noviembre de 2015

LA BIBLIOTECA




Ya no entraban rayos de sol por la ventana, la tarde iba marchándose, despacio, tranquila, como suelen hacerlo en otoño.
Despertó con el cuello lastimado, se había dormido en una mala postura en su sillón cubierto por una sábana de pequeñas flores violetas, pero no, no vaía la pena engañarse una vez mas, lo hizo para no ver cómo los estantes de libros se iban vaciando. Sus libros, nadie era capaz de entender lo que significaban para ella, días, semanas, años de lecturas donde su mente viajó, soñó y vivió aquello que nunca conocería. Lloró con ellos, pasó miedo, se horrorizó y encontró historias donde el amor era correspondido.
Pero ahora su hermosa librería se vaciaba, cada día un poco, unos libros  más, y ella que conocía de memoria cada uno de ellos, sentía su pérdida, tanto, que su corazón ya enfermo no lo soportaba. La solución era mirar hacia otro ángulo, donde todavía quedaban unos pocos.

Sí, entendía que se estaba muriendo, pidió que la sentaran todas las tardes en esa salita donde pasó tantas buenas horas de lectura, pero sus familiares, se iban llevando los libros, sobretodo esas primeras ediciones tan cotizadas que se vendían tan bien por los portales de internet. Libros firmados por autores que ella poco a poco fue coleccionando con tanta ilusión. No, para ellos, eran dinero, no mucho, pero dinero y los iban vendiendo, sin percatarse que con cada libro que se llevaban, ella moría un poco más rápido de lo que le tocaba.

Hoy los contó, apenas unas docenas quedaban de sus cientos de libros, dos baldas de madera, el resto vacíos. Miró hacia la ventana, ya oscurecía pero pronto vendrían a levantarla para llevarla a a la cama, mañana quién sabe, igual ni esos quedarían, sería duro, muy duro ver toda la biblioteca sin ninguno de ellos.

Un pequeño ruido, un tintineo, como removiendo un líquido con una cuchara, pensó en su medicina del desayuno. Abrió los ojos, estaba sentada en sus sofá de la salita. ¿Cuándo la habían levantado para ponerla alli?

—¿Un té?.- le preguntó una voz desconocida.

Estupefacta se encontró una mano que le tendía una pequeña taza de porcelana con un agradable olor a té de jazmín, pero más asombrada al ver todos los estantes repletos de sus antiguos libros.
Cogió la taza temblorosa, mientras sus ojos recorrían de nuevo aquello que poco a poco se fueron llevando.

—¿Quién eres? ¿Cómo han regresado mis libros?.

La miré con ternura, como miras a tu hijo recién nacido.

Soy quien escribe esta historia, los libros los he traído yo de vuelta.

No entiendo.

Ya lo entenderás, la historia la sigo escribiendo, todavía no llegué al final, ¿Está bueno el té?

Si, gracias.

Sigue bebiendo.- le dije, sabes, anoche soñé que había vuelto a Manderley.

Jajajaja, Rebeca de Daphene Du Maurier.

Correcto, a ver: Si hijo, el amor verdadero es lo más grande del mundo.

La Princesa Prometida.- me respondió.

Otra vez correcto, voy a hacer más té, nos queda toda una eternidad para hablar de libros, pero antes  déjame escribir unas pocas líneas.

Por supuesto, es lo que debe hacer quién escribe.

Ella se puso cómoda, acercó la mesa  antes desplazada hacia la derecha, dejándo allí su fina taza, levantó la persiana para que la luz le fuera propicia al empezar la lectura. Miró su biblioteca completa, no entendía nada, pero le daba igual.

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