Admito que no era mi intención
adquirir este libro cuando encaminé mis pasos a “La Casa del
Libro”. Tenía en mente otros y este no entraba ni en la categoría
de “posible”. De hecho, el motivo por el que me fijé en él fue
que estaba en la sección de “Novedades” y yo tampoco estaba por
la labor de patearme toda la tienda a pesar de que cualquier otro día
hubiera estado encantado. Sin embargo, ese día estaba cansado. Las
compras de Reyes me habían hastiado.
Todos esos factores confluyeron para
que este libro acabase en mi poder. Cuando leí la sinopsis tuve un
nuevo aliciente para gastarme con gusto mi dinero en esta obra.
Ahora, no podría estar más orgulloso
de mi decisión, al sumergirme en las páginas creadas por Kate
Morton. Decir que es una lectura fácil sería quedarse corto, y todo
ello gracias a una escritura fluida y rica en detalles, lo que
provoca que cierres el libro e, instantes después, vuelvas a retomar
la lectura donde la dejaste, ansiando avanzar en la historia de la
mano de los diferentes personajes que tan bien construidos están.
Una trama adictiva que nos traslada de
época en época. De 1911 a 2003, pasando por los años posteriores a
la Primera Guerra Mundial. La desaparición del hijo menor de la
familia Edevane en la monumental mansión de estos es el motor con el
que arranca esta historia. Un misterio que, como una piedra en la
superficie de un estanque, creará ondas hasta los años actuales,
haciendo que la inspectora Sadie Sparrow, en retiro forzoso de su
trabajo, ahonde en las causas que llevaron a un niño pequeño el
desaparecer delante de todo el mundo sin ningún tipo de pista.
Una madeja enmarañada que el lector
irá deshilachando junto a los personajes, siempre con la sensación
de que nadie es quién dice ser.
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